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La autolesión, también conocida como autolesión no suicida (ANS), es una práctica consistente en la producción intencionada de heridas sobre el propio cuerpo, comúnmente realizadas sin intenciones suicidas.[1] Estos y otros nombres, como autolesión deliberada o autoagresión, se emplean en la literatura más actual. Existen diferencias conceptuales entre los distintos nombres (por ejemplo, ANS y autoagresión), aunque a pesar de ello comparten la definición de lesión intencional autoinflinjida.[2] La antigua literatura, especialmente la que precede al Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV-TR), empleaba en la mayoría de los casos el término automutilación o parasuicidio, términos ya obsoletos.[3]
La forma más común de autolesión son los cortes en la piel. No obstante, la autolesión involucra una amplia gama de comportamientos que incluye, entre otros: quemaduras, rasguños, golpes, dermatilomanía, tricotilomanía e ingesta de sustancias tóxicas u objetos.[4][5] Generalmente, los comportamientos asociados con el abuso de sustancias y con los desórdenes alimenticios no son considerados autolesiones, pues los resultantes daños tisulares son, por lo común, un efecto secundario involuntario. No obstante, los límites no son siempre claros y, en algunos casos, los comportamientos que habitualmente caen fuera de los límites pueden representar efectivamente una autolesión si se realizan como un intento explícito de causar daños tisulares.[6] Aunque el suicidio no es uno de los propósitos de esta práctica, la relación entre ambos comportamientos es compleja, especialmente porque la autolesión es potencialmente una amenaza a la vida.[7]
El deseo de autolesionarse aparece en el DSM-IV-TR como un síntoma del trastorno límite de la personalidad. Sin embargo, pacientes con otras enfermedades también pueden autoagredirse, incluidos los que presentan depresión, trastornos de ansiedad, abuso de sustancias, desórdenes alimenticios, trastorno por estrés postraumático, esquizofrenia y otros trastornos de personalidad.[1] Aparece también en individuos sin diagnóstico médico.[6] Los motivos varían, y puede servir para satisfacer diferentes funciones, por ejemplo, la autolesión como una estrategia de afrontamiento que provee un alivio temporal a intensas sensaciones tales como ansiedad, depresión, estrés, insensibilidad emocional o sensaciones de fracaso u odio a sí mismo, además de baja autoestima o perfeccionismo.
Asimismo, está asociada con problemas como traumas, abusos emocionales o sexuales[8][9] y acoso.[10] Existen diversas evaluaciones[3] y métodos empleados para tratar la práctica, que se concentran ya sea en el tratamiento de las causas subyacentes o directamente en el tratamiento del comportamiento. Cuando se asocia con depresión, el tratamiento con antidepresivos puede ser efectivo.[11] Otros enfoques implican técnicas de evitación, que se concentran en mantener al paciente ocupado en otras actividades o en reemplazar el acto con otros métodos más seguros que no conduzcan a daños permanentes.[12]
En 2013, se registraron cerca de 3.3 millones de casos de autoagresión.[13] Es un comportamiento más común en adolescentes y adultos jóvenes, generalmente con apariciones iniciales entre las edades de 12 a 24 años. La tasa ha ido en aumento desde la década de 1980, especialmente en este nuevo perfil de autolesión en jóvenes alejado del paciente con trastornos mentales y fuera de ambientes clínicos. Este perfil de autolesión no suicida repetitiva en población general de adolescentes escolarizados suele ser el actual perfil típico.[14] En la infancia es relativamente rara su aparición. No obstante, puede ocurrir a cualquier edad, incluso en la población de edad avanzada. El riesgo de lesiones serias y de suicidio aumenta en personas mayores. Por otro lado, la autoagresión no se limita a los humanos; los animales cautivos, como aves y monos, también muestran comportamientos similares.